El mundo está en nuestras manos, y lo usamos como si fuera una pelota con la que se pudiera jugar por pura diversión.
Vamos a golpes caminando, como los botes del mundo que lanzamos de manera inconsciente: unas veces volando alto, otras rodando por el suelo.
En ocasiones miramos esa pelota, y queremos recuperar el control sobre ella, un poco mareados y cansados de tantas vueltas. Pero pocas veces conseguimos centrarnos, y después de admirar y dominar un tiempo ese mundo, al final, acaba escurriéndose entre nuestros dedos y vuelve a rodar sin control.
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