26 agosto 2007

Días de boda

Ayer estuve de boda (muy a mi pesar) de la hija de una prima de mi padre.

Desde hace la tira de años que no me veía en una de éstas, y como mi hermana quería imperiosamente arreglarse el pelo, y yo tengo una amiga que tiene su propia peluquería montada en casa, con la comodidad de que no te abandona por otra persona (mujer, of course), y que siempre que voy acabamos poniéndonos al día con nuestras vidas, la muy “jodía” nos engañó para que fuéramos a arreglarnos mi madre y yo también con ella.

Después de decidir qué nos íbamos a hacer en el pelo (o mejor dicho, qué nos iba a hacer mi amiga), y reírnos un rato con comentarios absurdos sobre la familia, la boda y demás, llegué a casa con el tiempo justo para arreglarme y coger el coche rumbo a… a la tortura, por qué no decirlo.

Recogimos en el coche a mi madre y mi hermana, ya que tuvimos que repartirnos en dos coches, y pusimos rumbo a la ermita de Alarcos, todos “emperifollaos”, las mujeres con el miedo en el cuerpo, y los hombres deseosos de reírse de nosotras mientras observaban atentos los modelitos típicos-boda.

Para explicar lo del miedo en el cuerpo… sólo la que ha ido con tacones tan finos y a Alarcos, podrá entender cómo podemos movernos en ese suelo, manteniendo el equilibrio, y sin perder la gracia. Eso sí, entre risitas del público masculino, ninguno se quejó a la hora de ofrecer el brazo para que ninguna fémina acabara de culo en el suelo.

(Un inciso, si alguna va a una boda a la ermita de Alarcos, que escoja unos zapatos planos para la ocasión, y si quiere taconcito, que se los cambie luego a la hora de ir a comer).

Después de una subida lenta pero segura, y aún con el miedo en el cuerpo, al finalizar la misa, las risas que pasamos fuera esperando a los novios (¿quién quedamos que sería el próximo en casarse después de ensayar lanzándonos arroz unos a otros?) tocó bajada hacia los coches para ir al Torreón de Fuensanta a cenar.

Graciosa la huída de coches de lo alto del monte, todos en fila india por la carretera, algunos ya comentando que había hambre y ganas de sentarse para descansar un poco de los tropezones en la ermita.

A pesar de que los dos coches de mi familia más cercana (madre, hermanos y parejas) fuimos de los últimos en llegar, y ya la mayoría estaba comiendo y bebiendo al aire libre, conseguimos encontrar un sitio estratégico, donde ni hundíamos los tacones en el césped (fijo que más de una se dejó las tapas entre la tierra y el césped (jajajaja, cómo se hundíaaaaaaaaa) y cerca de la comida.

Las chicas subidas en la acera, y los hombres (cómo no), buscándonos la bebida y trayendo los platos de jamón (qué riiiiiiiiicoooooooooooo por favor). En mi defensa y en el de mi compañeras, alegaré que era imposible que nosotras fuéramos a por la bebida y comida, a menos que nos descalzáramos, porque lo dicho, ir con tacones por ahí era demasiado complicado.

No recuerdo cuántos platos de jamón nos comimos entre todos, pero sí que fue una exageración, y es que como he dicho, estaba de riiiiiiiiicoooooooooooooo.

Todo genial, mirando de vez en cuando esperando que no lloviera, y de temperatura al final muy bien (que pensaba yo que con el tiempo que había hecho el viernes, como iba de tirantes iba a pasar un frío de congelarme). Eso sí… fue llegar los novios al aperitivo y empezar a llover… pero no 4 gotas, si no fuerte… un show ver a todo el mundo corriendo para entrar a los salones donde íbamos a cenar. Las mujeres hundiéndose en el césped, todos tapando las bebidas con una mano, y alguna loca que se puso por ahí a gritar “las mujeres primero, las mujeres primero”, entre las risas de todos y el asentamiento del resto que empezó a pedir paso porque se iban a estropear los peinados de peluquería, acabamos unos más mojados que otros ya dentro.

Una vez dentro… más bebida y más… ¡¡jamón!!.

Después de hincharnos hasta casi reventar de este manjar, tocó pasar al salón principal para sentarnos y cenar.

De los que nos sentábamos en mi mesa, fui a la única que le encantó los salones, y tampoco encontró tantas pegas a la cuestión de estética (con fuente incluida, que milagro que no se cayó ningún niño o algún mayor detrás… cosa que no sé si pasaría después de las 3,30 h. cuando una presente se fue, y dejó a más de uno demasiado perjudicado bailando y bebiendo). Será que lo vi todo tan… original con respecto al resto de salones que he visitado y en un entorno tan romántico, que me dejé llevar, aysssssss.

Sentados en la mesa 18, no dimos tantos gritos de “que se besen” ni que “que voten los novios” como los amigos de la pareja principal, pero sí que se tuvo que notar que durante los primeros 10-15 minutos, nuestra mesa se movió de un lado para otro, hasta encontrar una ubicación a gusto de todos los comensales (ni muy cerca de la fuente, ni muy para el otro lado para que puedan pasar los camareros, ni debajo de una gotera que a mi cuñada le caía encima, llamando al encargado para quejarse, jajajaja).

La comida rica (por lo menos lo que yo comí que me gustaba, el resto no sé, jajaja), nos reímos, dijimos muchas tonterías (típico de cuando nos juntamos), alguna bebió de más (cómo podrá beberse así el vino… uf), se bailó un poco, y disfrutamos de una noche juntos.

Destacar también algunas “enchufadas” que pidieron y pidieron hasta llevarse los regalos de las chicas y los de los chicos también (sólo le faltó el de los críos, jajaja, que eran chuches)

Y así acabamos, huyendo de una parte de la familia que no apetecía ver, pasando un rato agradable con la parte de la familia que me encanta (y también algunos que no son de la familia pero que me encantan igualmente), y sorprendidos entre risitas al ver bailar a mi hermano (jajajajajajajajaja, ayssssssssss), se pasó la boda, entre el gusanillo de la magia, una camarera extraordinaria que nos tocó en nuestra mesa, risas, desesperaciones por mantener el equilibrio, y una presente que acabó encantada con el hijo de uno de mis primos, que iba cogiendo rosas de los centros para dárselo a las mujeres, y yo que soy enchufada, me regaló también una margarita, que ahora tengo las dos flores en agua. Qué ricos son los niños… cuando son de otros… jeje.

P.D.: Luis, no me comí un langostino por ti, pero sí un gambón (uno detrás de otro, quiero decir, jajajaja)…

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